1. Identificación del contexto
Contexto general y objetivo del autor
El artículo reflexiona sobre la noción pública (y política) de “cultura de defensa” en España, proponiendo que lo que realmente falta no es esa cultura sino una cultura estratégica más profunda y crítica. El autor critica la forma parcial, ambigua o superficial con que el Estado y los medios tratan los temas de defensa, exponiendo que tales enfoques dejan al ciudadano sin herramientas para comprender los verdaderos costos, dilemas y responsabilidades que implican las decisiones militares y estratégicas.
Actores involucrados
-
El autor (un almirante retirado) como “vocero crítico” con experiencia institucional.
-
El gobierno y los ministros de defensa, a quienes acusa de manejar la “cultura de defensa” de manera instrumental (desfiles, jornadas abiertas).
-
El ciudadano (la “ciudadanía”), considerado receptor ideal de una cultura estratégica que lo empodere.
-
Medios de comunicación (por ejemplo El País) que rectifican posturas o tesis sobre el conflicto de Gaza, como ejemplo de lo que significa “rectificar”.
Problema planteado
Que hay una desconexión entre las políticas simbólicas de defensa y la profundidad analítica para que la sociedad comprenda lo que “jugar con la estrategia” significa: decisiones sobre uso de la fuerza, diplomacia, soberanía, costos invisibles, omisiones, legitimidad. Y que esa desconexión favorece que otros actores internos o externos “se aprovechen” de la ignorancia estratégica de la población.
2. Resumen del contenido
-
El autor parte del proverbio “rectificar es de sabios” para criticar que rectificaciones parciales no bastan ante enfoques ideológicos.
-
Señala que el concepto “cultura de defensa” ha sido usado más como indicador de aceptación social que como espacio de debate político o estratégico.
-
Critica que las acciones simbólicas (visitas a bases, exhibiciones) reemplazan el diálogo sobre qué rol debe tener el poder militar y cómo se integra con la política exterior y la soberanía.
-
Menciona el caso del buque BAM Furor y su misión ambigua como ejemplo de una comunicación gubernamental opaca, donde el público no sabe si la operación fue rescate, protección u otra cosa militar.
-
Concluye que lo que falta no es cultura de defensa, sino una cultura estratégica: ciudadanos que comprendan los escenarios de poder, diplomacia, guerra, omisión, costo de alternativas, y que puedan ejercer opinión informada.
3. Aplicación de perspectivas filosóficas
3.1 Creatividad (Bergson, Whitehead)
Desde Bergson o Whitehead puede pensarse en la estrategia como acto creativo, no simplemente reactivo: la estrategia requiere anticipación, intuición, novedad. No basta con reproducir fórmulas defensivas, sino innovar ante escenarios cambiantes. La cultura estratégica ideal no solo interpreta el presente, sino imagina futuros posibles y escenarios alternativos.
Whitehead, con su noción de “proceso” y “creatividad cósmica”, recordaría que la estrategia no es una estructura fija sino un devenir — una relación entre múltiples factores dinámicos. En ese sentido, una cultura estratégica no puede ser dogmática, sino abierta y evolutiva.
El artículo subraya la necesidad de rectificación: reconocer errores y ajustar rumbo — un gesto creativo. Pero advierte que rectificar sin revisión profunda sigue siendo superficial.
3.2 Disrupción o poder (Deleuze, Foucault)
Foucault diría que la “cultura de defensa” promovida por el Estado es parte de una “microfísica del poder”: produce sujetos dóciles que aceptan la autoridad militar sin cuestionar lógica estratégica, promoviendo un consenso silencioso. Las jornadas de puertas abiertas, exhibiciones simbólicas, discursos institucionales, son técnicas de gobierno del cuerpo social del poder militar.
Deleuze subrayaría la importancia de la disrupción: una cultura estratégica auténtica debe permitir el surgimiento de “líneas de fuga”, críticas que rompan la repetición del consenso hegemónico. Es decir: no basta con educar estratégicamente, también debe permitirse la disidencia estratégica, escenarios alternativos.
El autor critica precisamente la falta de espacio para debate: se entrega simbólicamente al Estado (o al “enemigo”) la definición del marco estratégico, dejando poco margen para contraponer visiones.
3.3 Ética y responsabilidad (Hans Jonas)
Hans Jonas enfatiza la responsabilidad hacia las generaciones futuras en un contexto tecnológico y de riesgo. En materia militar, esto adquiere una dimensión moral crítica: cada decisión estratégica implica riesgos no solo inmediatos (muertes, daños), sino efectos duraderos e inciertos (regionalismo, reacciones en cadena, seguridad futura). Una cultura estratégica debe incorporar esta ética de responsabilidad: reconocer que el poder militar no es neutro y que el uso de la fuerza exige justificación ética y previsión del daño.
El artículo implícitamente llama a ese tipo de reflexión: no basta con lo simbólico, se necesita que los ciudadanos sopesen “precio de la acción y de la omisión”.
3.4 Sistemas complejos (Luhmann, Morin)
Desde Luhmann, la sociedad es un sistema complejo de subsistemas (político, militar, económico, mediático). La cultura estratégica requiere puentes entre esos subsistemas: analizar cómo decisiones militares influyen en política exterior, economía, relaciones sociales. Si los ciudadanos solo conocen la dimensión militar aislada, se pierde la visión sistemática.
Morin insistiría en el “pensamiento complejo”: no reducir la estrategia a lo militar, sino incluir diplomacia, factores culturales, economía, ecología, identidad. La cultura estratégica debe promover pensamiento multidimensional, aceptar contradicción, incertidumbre, ambivalencia.
El autor lamenta que los ciudadanos no sean informados sobre las múltiples aristas (legal, diplomática, operativa) de misiones como la del BAM Furor: eso es negarle la visión compleja.
3.5 Tecnología, transparencia, autoexplotación (Byung‑Chul Han)
Byung‑Chul Han advierte que la era digital produce una autoexplotación del sujeto, que se impone a sí mismo el deber de optimizarse, rendir, estar informado, vigilado. En el ámbito estratégico, los ciudadanos podrían sentirse obligados a “estar al día” con la defensa, como si fuera una competencia individual. Pero el autor reclama que esa carga no debe recaer sin estructura de apoyo institucional: educación, espacios públicos, medios.
La transparencia es un punto clave: el poder militar y el Estado deben ofrecer claridad, no opacidad. La ambigüedad deliberada es forma de dominación moderna: no porque se imponga con pistola, sino porque se reserva el sentido estratégico para la élite, manteniendo al público en la ignorancia.
El artículo denuncia esa opacidad: que incluso tras la misión, no se explica qué tipo de misión fue o cómo se definieron zonas de exclusión.
4. Oportunidades y riesgos que detecto
Oportunidades:
-
Fomentar una sociedad informada con capacidad crítica sobre la política de defensa, de modo que el ciudadano participe no solo como espectador sino como interlocutor estratégico.
-
Introducir debates públicos en el Congreso, medios y universidades que vinculen defensa con diplomacia, ética y geopolítica.
-
Promover reformas institucionales para que las decisiones estratégicas se sometan a controles democráticos y rendición de cuentas estratégicas (no solo técnicas).
-
Cultivar una cultura de rectificación real, reconocer errores estratégicos y aprender colectivamente.
Riesgos:
-
Que “cultura estratégica” sea usada como nuevo invólucro simbólico para perpetuar lo viejo: si no cambia la sustancia, será otra forma de control ideológico.
-
Que el debate estratégico quede acotado a élites militares, académicas o tecnócratas, sin llegar al ciudadano común.
-
Que el énfasis en estrategia tenga un sesgo militarista si no se equilibra con perspectivas pacifistas, diplomáticas o de seguridad humana.
-
Que el exceso de tecnicismo o jerga estratégica termine alienando al público, creando un nuevo tipo de opacidad.
5. Interpretación integradora y conclusiones
Este artículo apunta a un problema epistemológico, político y ético: la brecha entre el ejercicio del poder militar y la capacidad ciudadana para comprenderlo.
Desde una interpretación filosófica, el autor reclama una cultura estratégica que:
-
sea creativa frente a escenarios cambiantes,
-
permita disrupción y crítica al discurso dominante,
-
incorpore responsabilidad moral de las decisiones,
-
comprenda la sociedad como un sistema complejo,
-
exija una transparencia que evite la alienación‑autoexplotación del ciudadano.
En última instancia, rectificar no es solo volver atrás, sino rehacer el marco de interpretación: transformar el modo como la sociedad entiende “defensa” y “estrategia”. Solo si la cultura estratégica se convierte en instrumento de empoderamiento democrático (no solo de legitimación estatal) podrá evitar que otros “se aprovechen” de la ignorancia estratégica del pueblo.